Tomado de INSURGENCIA MAGISTERIAL

Los cuatro jinetes de la desinformación – Insurgencia Magisterial

Por: RAMON ZALLO. 15/03/2023
[Intervención, transcrita, en la Jornada del 17 de febrero “Pablo González: un año preso en Polonia. Periodismo, opacidad institucional y libertad de información en Europa” organizada por Público y Asociación-Colegio Vasco de Periodistas, en colaboración con los Departamentos de Periodismo y de Ciencia Política de la UPV/EHU. Auditorio de la Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación.]

Creo que este acto de solidaridad con el periodista freelance Pablo González es una ocasión oportuna para apuntar cuales son –a mi juicio- los enemigos actuales de la libertad de información y prensa. Retomo la alegoría de “Los cuatro jinetes del apocalipsis” –la muerte, el hambre, la peste y la guerra- de Vicente Blasco Ibáñez para convertirla en metáfora de los males de periodismo, con el boom de la desinformación.

El primer jinete, la muerte, es la represión pura y dura de los periodistas.

El segundo jinete, el hambre, el hambre de poder, es la concentración del poder de entretener e informar en unas pocasplataformas en todo el mundo.

El tercer jinete, la peste, el veneno contra la veracidad, es la posverdad actual, la mentira o la media verdad clásica, como perversión del sentido que ha de tener la información en una sociedad moderna.

El cuarto jinete, es la guerra, entendida como máxima expresión de la falta de reglas en la manera de informar y como crisis deontológica del periodismo. Para ello, a modo de ejemplo, recordaré los problemas históricos del sistema informativo sobre la cuestión vasca y sobre la violencia.

Son cuatro vértices –represión, abuso de poder informativo, mentira y ausencia de normas- de un solo desafío: la buena información. Las amenazas a la salud de la información se sitúan, así, en cuatro planos: el político (o la salud de las democracias), la empresa (y su deriva hacia concentración en pocas manos a escala mundo), el contenido (en vías de desinformación) y la profesión (minada en sus reglas).

El jinete de la represión directa de periodistas: el caso de Pablo González

Por hacer su trabajo, se sigue matando, persiguiendo y deteniendo a periodistas en algunas partes del mundo. Son las víctimas corporales de las persecuciones contra la libertad de expresión. 86 periodistas fueron asesinados/as en todo el mundo en 2022, según Unesco[1], y 533 fueron a prisión, según Reporteros Sin Fronteras[2].

Hay un síndrome de los poderes: no querer saber, ocultar, reprimir verdades, convertirlas en mentira y, llegado el caso, revolverse contra el mensajero incómodo: los y las periodistas.
El periodista Pablo González, ruso de nacimiento,[3] vasco de adopción y vecino de Nabarniz, es habitual colaborador de Naiz, Público y La Sexta y un experto reconocido en temas postsoviéticos, además de doctorando en la Universidad del País Vasco. Lleva más de un año en prisión en Polonia, en aislamiento y a la espera de un juicio que no llega, y que cuando llegue es más que dudoso que sea justo.

El 28-2-22 se le detuvo en Polonia -cuatro días después de la invasión rusa de Ucrania bajo sospecha de haber realizado “operaciones en beneficio de Rusia, beneficiándose de su condición de periodista”, durante la inicial crisis de refugiados ucranianos tras el estallido de la guerra (24-2-2022). Francamente no tuvo mucho margen para delinquir en cuatro días, ni se le podía aplicar la Alerta Bravo,[4] de suspensión de derechos, puesto que se le detuvo antes de que entrara en vigor.

Polonia, hoy es un agujero negro europeo en lo relativo a derechos ciudadanos y a independencia del poder judicial. El sistema de justicia esta instrumentalizado por un gobierno de ultraderecha y ultranacionalista –dirigido por el partido Ley y Justicia, PIS, desde 2015- que prima el Derecho polaco sobre el de la UE, lo que incumple todos los tratados de integración en la UE, en especial las referencias a la tutela judicial efectiva y el derecho a un juez imparcial del art. 47 de la Carta de Derechos Fundamentales de la UE[5].

Según el informe 2021/22 de Amnistía Internacional el propio Tribunal de Justicia de la UE “resolvió que la Sala Disciplinaria del Tribunal Supremo de Polonia carecía de la independencia e imparcialidad exigidas por el derecho de la Unión Europea”. El derecho a un juicio justo ya es, por reiteración denunciada y purgas de jueces y fiscales progresistas, una víctima del sistema judicial polaco, con un Tribunal Constitucional y un Tribunal Supremo nombrados a dedo. Es una democracia iliberal sin separación de poderes y ajena a un Estado de Derecho.

Desde que en 2016 se aprobó la “Ley de Vigilancia”, la policía y los servicios secretos han visto sus capacidades de actuación e investigación expandidas realizando, por ejemplo, pinchazos sin autorización judicial, lo que ha afectado en especial a la libertad de información. El gobierno solo se anuncia en medios privados afines mientras se niegan credenciales de acceso a la prensa independiente para informar sobre el parlamento. 200 periodistas han sido destituidos en los medios públicos[6].

A ello hay que añadir la falta de medidas para combatir la violencia de género; la inconstitucionalidad del aborto incluso en caso de malformación fetal; la persistencia de las violaciones de derechos de las personas LGTBI; el castigo a las ofensas a creencias religiosas con hasta dos años de prisión y por presunto insulto a la Republica con tres años; o las devoluciones ilegales de refugiados afganos al lado bielorruso de la frontera;[7] así como el control de los medios de comunicación mediante la gubernamentalización de los medios públicos y el hostigamiento a los medios privados no afines, desde una propaganda de ideas conservadoras, ultracatólicas a ultranza, antiliberales y furibundas contra las ideas de izquierda. Un país con la posición nº 66 en el ranking mundial de Reporteros Sin Fronteras sobre los países con libertad de prensa, y en el nº 110 en ranking de información política. Claro que España tampoco puede alardear. Con la ley Mordaza ya ha caído hasta el nº 32 y en ranking de información política y social está en los puestos 38 y 39[8].

La Justicia polaca ha cancelado, de hecho, varios principios básicos del derecho: la presunción de inocencia, el trato humano, unas pruebas públicas, un juicio justo y la celeridad en la aplicación de la justicia. Son derivas de su sistema judicial.

La guerra en un país vecino no justifica nada de eso. Y como decía la jueza Garbiñe Biurrun -en Diario.es -su encarcelamiento atenta “a mi derecho ciudadano a recibir información veraz”, a través de periodistas como Pablo González.

La justicia polaca se ha perdido en el laberinto de su rusofobia y de la paranoia de la guerra. No entiende de dobles nombres registrados, dobles tarjetas y dobles pasaportes: lo normal en una persona con doble nacionalidad. El Gobierno polaco sitúa bajo sospecha al periodismo freelance, autónomo e independiente.

Como se ve, la cobertura de la información de guerra ha cambiado radicalmente por voluntad política. El periodismo, sin límites informativos, pudo informar en y sobre Vietnam – años 60 y 70- desde el campo de batalla y llevar su horror a los hogares estadounidenses, que exigieron parar. Aprendida la lección por los poderes, en la invasión de Irak (2003) la profesión tuvo que atenerse a los partes del gabinete informativo del ejército de EEUU y el público contemplar los bombardeos, como fuegos artificiales por TV con la sensación de asistir en directo a una guerra, pero sin explicación ni interrogantes sobre las inexistentes armas de destrucción masiva. Ahora (2022) se ha subido un peldaño más: además de poder estar solo en retaguardia o aledaños, se criba a los periodistas –tanto en Rusia como en Ucrania- con listas de afines y no afines, y se detiene a los que no están inequívocamente en la trinchera correcta.

Cabe preguntarse ¿Qué hace todavía Polonia en la UE? ¿Mejor dentro para que no se convierta en puro estado totalitario? ¿Mejor fuera para que no contamine la agenda y la actitud del resto cada vez menos reconocible como una Europa de los derechos?

En ese clima, cualquiera puede ser denunciado por espía y más si eres ruso de carnet.

Sin entrar en conjeturas sobre la veracidad o falsedad de los cargos contra Pablo González -no nos toca ser jueces ni tenemos pruebas en ningún sentido- hay bastantes indicios de que se trata de una acusación puramente política, por pensar distinto. Y lo digo -para evitar equívocos- desde la convicción personal de que Ucrania tiene derecho a defenderse de una invasión con todos los medios y a que los demás le ayudemos hasta abrir una negociación que ya se está demorando, como señalaba Jurgen Habermas (El País 19-2-2023).

Durante la década, los artículos de Pablo González trataron sobre la situación de la población del Donbass, y contenían críticas a los ejecutivos ucranianos y la denuncia de la presencia de batallones nazis en la zona, pero también incluían críticas al Kremlin. Diario.es[9] recogía críticas del blog de Pablo en 2015 que señalaba que, con Vladímir Putin, “no cabe duda de que la sociedad rusa posee menos libertades sobre el papel que las que existían en el país durante la gestión de Yeltsin”.

Fue de los que informó primero de que había tropas rusas en Dombass en 2016. Así el 22-2-23 publicaba un tuit: “En este libro [de Rubén Ruiz (coord.) “Ucrania de la revolución del Maidan a la guerra del Donbass”] publicado en 2016, texto mío enviado en verano de 2015, hablo de la intervención militar rusa, armas rusas, tácticas, etc, en la guerra del #Donbass. Y desde entonces he hablado numerosas veces sobre la presencia militar rusa allí. Ahora []tras el discurso de Putin de anexión de enero de 2022] ya será oficial”.

Malamente un espía ruso redactaría un tuit pacifista y equilibrado como el que publicó como @PabVis, el 22 de enero de 2022, un mes antes de la invasión: “No a la guerra. Cualquiera que diga lo contrario como mínimo anima a que muera gente. Y las justificaciones de cualquier tipo son, con perdón, estupideces. No a que Rusia entre, aún más, en Ucrania. No a que la OTAN entre, aún más, en Ucrania. No a la guerra”. Y que a la pregunta de un tuitero “¿Rusia ha entrado en Ucrania?” él respondió, con tono acusatorio, que ya lo había hecho antes en Crimea y Donbass.

O aquel otro, del 24-2-23: “Finalmente Rusia sí ataca Ucrania. Dicen que es una operación solo en el Dombass, pero están atacando infraestructura por todo el país”.

Difícilmente, un espía enviaría un tuit como el del 26 de febrero de 2022, ya estallada la guerra, y dos días antes de ser detenido:”En este conflicto ya hay multitud de fotos de muertos y prisioneros. No publico ninguna, de ningún bando. Son personas, algunos eran, y tienen familia (..) son víctimas”.

Francamente lo normal habría sido que el Gobierno ruso le hubiera considerado hostil, incluso más que los gobiernos ucraniano o polaco.

Se trata de un espía rarísimo, pésimamente mal informado por sus presuntos superiores, puesto que no sabía que habría invasión y estaba convencido de lo contrario[10], y así lo aireaba[11].

Otra rareza como espía. En el tema de los refugiados habló bien de Polonia el 25-2-2022. “Polonia abre su frontera a los ucranianos. Están preparados para acoger de 1 a 4 millones de personas. Las personas pueden venir aunque no tengan una identificación válida. Ni PCR, ni vacunas. Las mascotas son bienvenidas”. Incluso corrige a los que están informando mal al respecto el 27-2- 23 ”Hay informaciones que hablan de que Polonia no deja entrar a gente no blanca desde #Ucrania. Eso NO es verdad. La frontera está abierta para todos”

De hecho, cuenta Juan Teixeira (su compañero fotoperiodista) que todo procede de 2016, cuando dos analistas, Nicolás de Pedro[12] y Marta Ter, que trabajaron en un informe confidencial –luego filtrado- para Open Society del magnate George Soros, incluyeron el nombre de Pablo González –junto al entonces eurodiputado de IU, Javier Couso, Pilar Requena de TVE, Facu Díaz, Wllly Meyer, … o sea gente de izquierda- en una lista de «creadores de opinión prorrusa en Twitter”, por el hecho de criticar tanto a la OTAN como a Rusia en la época. ¡Buen periodismo!

Da toda la impresión de que, por no haber elegido la trinchera OTANista -ni la otra-, se quiera imputarle la del enemigo. Es la lógica totalitaria del “si no estás conmigo estás contra mí”.

Entre nosotros no todos los medios han tratado el tema con delicadeza. El Correo (4-3-2022) compró una falsedad sin contrastar, con este titular: “Pablo González, el periodista vizcaíno acusado de espiar para Rusia, llevaba visas y pasaportes falsos”. No eran falsos sino todos verdaderos. No me consta que El Correo haya rectificado.

Es claro que es el sistema judicial polaco quien debe presentar pruebas de sus acusaciones tanto por razones de justicia como por lo abrumador de los indicios en sentido contrario. Como dijo Reporteros sin Fronteras -en la jornada que tuvimos en la UPV-EHU del 17-2-23- el tema es gravísimo: es la primera vez que se detiene por ese motivo a un periodista de un país de la UE en otro país de la UE.

De ese contexto no se puede esperar justicia. Los tribunales polacos sesgados políticamente, tendrán la tentación de dictar condena para no hacer un ridículo internacional por abuso de prisión preventiva prolongada. O sea, un sostenella y no enmendalla aunque, al final, haya solo acusaciones y no pruebas. ¿Un año para encontrarlas y todavía no las tienen? ¿Las fabrican?.

Debemos exigir al Gobierno español y a su Ministerio de Asuntos Exteriores -experto en lavarse las manos-, que emplee todos sus instrumentos de presión sobre las autoridades polacas para que lo liberen sin más, o le ofrezcan un juicio justo y rápido; y al gobierno Urkullu que lo ponga entre sus prioridades. Por el momento, ni uno ni otro han desplegado sus capacidades de presión.

EL jinete de la concentración del poder comunicativo

De partida, la estructura mundial de unas pocas plataformas tecnológicas dominantes a efectos de circulación de la información con algoritmos, que ejercen de guardavías conductistas en la circulación de la información, no es la más idónea para asegurar la libertad de información.

Formalmente la libertad de información de cualquier persona con un mínimo de herramientas tecnológicas está garantizada dentro de ciertos límites, vinculados a la violencia o a la pornografía o el crimen, pero el inmenso ruido de las redes no favorece la información fidedigna y responsable, con lo que el gran sacrificado en ese plano es menos el derecho a informar, que también, como la información misma.

Hurgando en nuestro sistema comunicativo transnacional habría que decir que la globalización hiperconcentrada en pocas plataformas que se dirige a fragmentos poblacionales a escala mundo, a los que influye y compacta por segmentos de gustos, es compatible con una horizontalización social del mapa de comunicaciones con redes sociales y microliderazgos, con sus cuadros interpretativos, a veces paranoides, como pudimos comprobar con la pandemia o con el éxito del discurso Trump o Bolsonaro.

El marco general es de hegemonía transnacional de las plataformas tecnológicas para el ocio y los consumos que, en cambio, en lo relativo a información, vocean la de los grandes medios de comunicación y agencias que siguen siendo testaferros de poderes diversos. A ese respecto las plataformas son antenas repetitivas -sin responsabilidad social- que succionan información y rentas publicitarias de medios profesionalizados clásicos mal pagados, de ámbito estatal, a su vez, distribuidos por influencias e intereses.

Con todo, Internet quebró el monopolio del pensamiento previsible, que estaba gestionado solo por medios de comunicación controlados por las elites nacionales o estatales dominantes, siempre fieles al sistema económico, pero distribuidos políticamente en facciones competitivas e interesadas respecto al sistema político.

La red tiene de bueno que crea lenguajes y narrativas con discursos distintos a los formalizados, y multiplica la generación y circulación de información. Pero tiene de malo que -a falta de reglas- hay de todo en la selva haciendo difícil separar hechos de inventos, información de opinión, verdad de mentira. Tampoco favorece la visibilidad del pensamiento descriptivo y analítico que apela a la razón y la comprensión, puesto que es desplazado por valoraciones prescriptivas y autoritarias, para una sociedad empobrecida, estresada, vigilada, controlada, infantilizada, desconcertada, temerosa, cansada, tribalmente globalizada y emocionalmente quebradiza y manejable.

Lo que ocurre en el mundo de la información no es culpa de la red. La red es apta instrumentalmente a las iniciativas populares legislativas -siempre que sea fiable la autentificación-, a la transparencia y rendición de cuentas, al descubrimiento de intereses… pero ni una de esas querencias deseables pueden prosperar sin la iniciativa social y sin un modelo institucional que las contemple.

También surgen medios on line, baratos y eficaces, así como podcasts con sus fieles, que ganan terreno y, de paso, espolean a los grandes media a un periodismo más vivo. Pero ahí la partida la han ganado, por el momento, los micromedia más ferozmente derechistas, justamente los que no tienen reglas morales sobre la instrumentalización de la información a costa de la verdad.

En efecto, en el vigente adelgazamiento discursivo, han tenido un papel relevante las tendencias actuales en la información digital. Si en los años 90 y 2000, la información digital significaba frescura, diversificación de la opinión, ruptura del oligopolio mediático, destape de lo oculto…. el actual vuelco de las derechas y ultraderechas sobre el “periodismo” digital -con un sinfín de marcas siguiendo el modelo contaminante de Steve Bannon- se ha traducido en la quiebra de aquellas misiones para convertirse en su contrario: desinformación y odio.

Se centra en públicos muy segmentados y en comunidades parroquianas y excluyentes, a las que se suministran creencias reforzadas, municiones no comprobadas de “verdades como puños” y sin la oportunidad de diálogos ni contrastes. Son mensajes dirigidos a dogmatizar su simple y radical posición y acompañar la soledad con un amago de comunidad de creyentes.

¿Cómo afrontarlo? Con una desoligopolización de las plataformas mediante la fractura y distribución de su poder de mercado, cuestión que solo pueden afrontar grandes instituciones como la UE y tribunales empoderados que vigilen la competencia.

El jinete de la posverdad como mentira instalada

La posverdad como media verdad, emoción adornada o pura mentira es tan vieja como el mundo. Y nos sugiere que la verdad o los datos interesan menos que las creencias, los sentimientos, los líderes o los trending topics.

Vivimos una era de gran manipulación en la que no hay verdades, reglas, ni diálogos. Solo ¨hechos alternativos” para elegir, desde intereses y proyectos, más o menos visionarios, con quiebra de principios de solidaridad o de justicia. El colmo al respecto es la de los superlíderes ungidos que dan una patada al tablero y desde su verdad, mienten en datos, amenazan, tapan y señalan al enemigo interior y exterior. No tienen reglas, no rinden cuentas y no dialogan.

La posverdad está hoy más presente porque vivimos una época de incertidumbres e inseguridades, dada la crisis de valores, instituciones, formas de vida y pilares sociales. Una época propicia a dos reacciones opuestas: nuevos discursos racionales de cambio regenerativo o revolucionario, lamentablemente minoritarios, y discursos insolventes, hoy dominantes, sea de partidos escorados a la derecha, sea de líderes destructivos.

Los procesos degenerativos de la información se retroalimentan de la decepción ciudadana por las promesas incumplidas de la sociedad del bienestar e incluyen la tentación de avalar liderazgos salvadores, que desconectan la esfera pública de los hechos y resultados, para vincularla a relatos subjetivizados por intereses ocultos y emociones. Todo ello hace estragos en la comunicación social objetivable que es sustituida por puras narrativas, en forma de comunicación arrogante, excluyente y sin argumentos.

A las agendas ocultas de información, con predominio de la información no contrastada, se le suma la vigilancia universal sobre la ciudadanía. Se ve atrapada por un conductismo algorítmico, desde la ignorancia colectiva sobre lo que guardan las bases de datos en información personal, y que, además, son objeto de tráfico oculto, con el beneplácito de millones de usuarios que regalan información personal, sea en clave narcisista, sea en actitud resignada.

Lamentablemente, a ese fenómeno le acompaña un cambio social de comportamiento. Interiorizamos y sublimamos la servidumbre, con un borrado de la realidad y de la lógica de la razón, que las sustituimos por la percepción basada en el deseo, la emoción y la gratificación, incluida la cancelación de lo insatisfactorio o molesto, o de quienes problematizan las cuestiones. Es una infantilización colectiva. En lugar de conocer y cambiar la realidad, cambiamos la percepción sobre ella, en una continua fuga hacia adelante.

Igualmente, el vaciado de contenidos argumentativos es plaga. El discurso político y su reproducción mediática están colmados de descalificaciones.

Lo natural, lo constitutivo del discurso es el vacío de argumentos y de procesos causales. En un escenario así resulta muy difícil introducir un debate con verdad, o sea, desentrañando realidades.

Cuando Josep Lluís Gómez Mompart hablaba del “periodismo reposado”[13], del periodismo de la complejidad y de calidad. Indicaba que si se descuentan la publicidad, los servicios, las curiosidades, los entretenimientos, las bobadas, los rumores, los textos sin datos, novedades o fuentes identificadas, las falsas noticias, las “realidades alternativas”, los relatos muy sesgados, el amarillismo de invenciones y demagogia… apenas un 20% es buen periodismo. ¡Y es generoso!

¿Cómo afrontarlo?. Achicar el campo de la posverdad requiere, por un lado, ensanchar el campo del saber, de la educación, del debate y de la maduración de la opinión pública; y, por otro, poner el sistema de comunicación y su calidad en el corazón de la gestión de las sociedades posindustriales ya instaladas.

El jinete de la guerra, como expresión de ausencia de reglas y deontología informativa.

Podemos remitirnos a lo que ocurrió, y todavía ocurre, con el caso vasco. Como país, y me refiero a Euskal Herria, no podemos enorgullecernos del modelo informativo desde la transición a nuestros días, en un marco de doble conflicto, nacional el uno, y de violencias el otro. Desde ETA se asesinó físicamente a periodistas y, desde buena parte de los media, se hizo un periodismo servil a la política de Estado.

De paso rindo homenaje a Mariano Ferrer que en un artículo de 1994 –hace casi 30 años- “Komunikabideak erankundeen gatibu- Los medios de comunicación cautivos de las instituciones“ (Jakin nº 81) sostenía que los medios de comunicación ya habían dado en aquella época el salto de informar sobre la realidad a intentar cambiar la naturaleza de esa realidad, poniendo como ejemplo el tratamiento informativo, fuera de normas deontológicas tradicionales de la profesión, durante el secuestro del industrial guipuzkoarra Julio Iglesias Zamora de diciembre de 1981 a 19 de enero de 1982.

También se reivindicaba de nuestro manifiesto en favor de la libertad y en el pluralismo en los media de 1993 y mostraba su preocupación por “la pésima situación del derecho a ser informado e informar”.

Aquel manifiesto denunciaba la conversión de la información en un nuevo frente político para articular respuestas sociales; la falta de escrúpulos en la publicación de filtraciones interesadas y manipuladas; las actuaciones arbitrarias de las autoridades en materia de distribución de la información; los posicionamientos a favor del cierre de determinados medios de comunicación o el acoso a periodistas no afines a la izquierda abertzale; la elevación de la polarización social en lugar de promover la libre circulación de ideas, la reflexión y el diálogo social; no asumir que la expresión del pluralismo social es un pilar fundamental de los media.

Ferrer calificaba de cáncer de la profesión, la dependencia de los medios de comunicación respecto a la información institucional que se ofrece, tanto por parte de organismos públicos como privados, verdaderos artífices de la información y únicos acreditados como fuentes creíbles de partida. Denunciaba que ocupan un gran espacio en prensa o informativos, con lo que las redacciones periodísticas se dedican a ahormar la información, extrayendo lo que consideran más llamativo de las informaciones institucionales o de las filtraciones, limitándose a categorizar su importancia y ubicar el texto en el espacio disponible. La agenda del periodista es marcada así por el Gobierno, la policía, las asociaciones, los partidos políticos, los patronos, y al final se da por «noticia» todo lo que comunican todas estas organizaciones que tienen cautivas a las redacciones, de modo que el criterio de publicación no es el interés o la calidad de la misma. Su corolario era la desconfianza añadida a la hora de informar sobre los agentes “no institucionalizados”

Unos años después, el 13 de marzo de 1999, 100 periodistas y comunicadores, suscribimos un documento -elaborado por Txema Ramírez de la Piscina y el abajo firmante-, llamando la atención sobre los males del periodismo en el escenario post-Lizarra y al que acompañó el cierre de EGIN. En ese decálogo -manifiesto presentado en el Hotel Abando, se recomendaba una nueva deontología de los medios de comunicación para el escenario vasco y contenía una propuesta de mínimos.

Tras destacar las funciones sociales standard de los media, la declaración resaltaba su tensión entre el rol de mediadores del sistema de ideas de una sociedad o la pertenencia al sistema de poderes. Se señalaba cómo en el ámbito del Estado español su estructura presenta rasgos preocupantes en una doble dirección: el poder mediático se ejerce desde unos pocos Grupos privados y públicos que hegemonizan las empresas comunicativas, y hay importantes sectores sociales e ideologías con un acceso muy limitado a los medios principales.

Entresaco algunos pocos párrafos significativos

(…)“los medios ideologizan de modo maniqueo los acontecimientos al margen de su importancia real, además de no propiciar dinámicas sociales de respeto y progresivo entendimiento. Aceptando la lógica del frentismo –antes demócratas/violentos, hoy demócratas constitucionalistas /nacionalistas- y alimentando la crispación, se convierten en problema añadido a los conflictos.”

(…) “El recurso al estereotipo, el lenguaje connotativo y la frivolización de cuestiones complejas son moneda corriente. También son frecuentes el reforzamiento selectivo de unas posiciones mientras se minan y desgastan activamente otras, con una improcedente desproporción informativa u obviando datos; el abusivo recurso a fuentes oficiales; la indiferenciación de hechos y opiniones; el recurso a tertulianos y columnistas propensos a la sal gruesa y el simplismo cuando no al insulto, mientras se censuran colaboraciones más positivas; la preferencia por lo espectacular y emotivo frente a lo explicativo y razonado; la tendencia a no informar sobre aspectos delicados y sensibles –la vida de las víctimas, el trato en comisarías y cárceles-; la amplificación artificial de determinados sucesos, tratados con recursos sensacionalistas (titulares llamativos, parciales y editorializantes, fotografías de gran tamaño); el tratamiento informativo despectivo de lo vasco en algunos medios de ámbito estatal …”

“Todo ello invita a la polarización política, obstaculiza el clima de diálogo que debe presidir un proceso de paz, erosiona los criterios deontológicos de la profesión, contribuye al desprestigio institucional de los media en Euskal Herria y quiebra su función democrática”.

(…)“Las amenazas sufridas por algunos y algunas periodistas merecen nuestra clara reprobación, puesto que rebasan la frontera de la crítica para adentrarse en el terreno de la coacción.

(..) “Los medios debieran adoptar un papel contributivo al proceso de paz y al diálogo social y político, sin salirse por ello ni de su legítima posición ideológica ni de su autonomía respecto a los partidos políticos”.

Tras ese análisis se enumeraba un decálogo que se iniciaba con la exigencia de un “respeto a la verdad” que además “favorece tanto el diálogo sobre el fondo político de los conflictos y sus manifestaciones como la búsqueda de salidas razonables y pacíficas”(…).

(…) “Crear, racionalizar y respetar la opinión pública, requiere diferenciar los hechos de las opiniones, las interpretaciones de las conjeturas, la información de la propaganda, las críticas de la injuria, los hechos del rumor y los espacios informativos de la publicidad“(..).

(…)“Contribuir al proceso hacia la paz requiere practicar actitudes moderadoras, buscando promover la distensión, el diálogo social y la mejor comprensión entre las partes; prestar especial atención a las iniciativas sociales y políticas que parezcan más justas y democráticas a juicio de los media;cambiar los lenguajes beligerantes, descalificadores y simplistas, y asumir una función de vigilancia tanto sobre los poderes públicos como sobre los actores sociales para que no se vulneren derechos ni intereses legítimos”.

(…) “Merecen especial respeto y consideración informativa todas las víctimas de la violencia sin exclusión alguna, favoreciendo el conocimiento de toda la verdad, propugnando el cese de las injusticias y los abusos, promoviendo la reparación, facilitando la reconciliación social y evitando, en cualquier caso, su utilización para estrategias políticas interesadas”.

(…) “Se deben reintroducir prácticas periodísticas tan sanas como las de favorecer el periodismo de elaboración contrastada respecto al de declaración, revalorizar el periodismo de búsqueda y calle respecto al de mesa y teléfono, dar más voz a los afectados que a los gabinetes informativos, diferenciar el periodismo de investigación del de filtración -además de no ejercerlo por intereses espurios- y animar a todos los sectores sociales, especialmente los más desfavorecidos, a que participen en los procesos de la información y de la opinión”.

(…) “Los media deberían imitar la actitud social [de diálogo y convivencia] y promover el proceso de paz ejerciendo un papel mediador y moderador”.

Estas consideraciones siguen siendo actuales ya que obviamente no nos hicieron caso. Se echa de menos un periodismo libre, reposado, de la responsabilidad, de la credibilidad y de calidad, en estos tiempos de ficciones, virtualidad, emociones y liderazgos tóxicos.

Aún hay esperanza. La lucha por los valores democráticos es condición previa para que se expresen en la red. En Euskal Herria disponemos de una ciudadanía activa, menos propensa a la manipulación que en otras partes, a pesar de nuestras banderías y fallas de articulación en discursos mínimos compartidos sobre la historia reciente. Esa reflexión colectiva con una memoria mínimamente integradora, con centro en los derechos humanos y reglas democráticas, nos haría más fuertes para resistir lo que ya se nos ha venido encima en el campo informativo. #freePablo.

APLP