Tomado de La Razón

https://www.la-razon.com/voces/2023/07/19/de-asfixias-e-independientes/

Ha cesado la catarsis por el cierre de Página Siete, del que fuimos parte en sus ediciones inaugurales. No tenemos mucho que decir sobre su naturaleza de origen, solo lo que percibimos cuando salimos: la impronta que luego sufrió.

Una serie de argumentos expuso su presidente al anunciar el “fin del camino”. Una “tormenta perfecta” calificó a los varios factores que desencadenaron el cierre definitivo.

Pero la salida de las calles del diario no es una pérdida para la democracia, como coinciden muchos y, con énfasis, quienes sufrieron en persona la determinación; es la resignación de la democracia a la decisión propia de los empresarios de retirar el impreso de circulación por motivos particulares, quizás razonables. No era el único emprendimiento periodístico ni el último. Y la libertad de expresión y la pluralidad informativa persisten incólumes, a pesar de percepciones contrarias alimentadas desde cierta posición política.

Lo que sí es una pérdida es la anulación de una fuente laboral para los colegas, que, ante el salto tecnológico y la crisis que genera, quizás vislumbran pocas posibilidades: la generalidad de los medios impresos del país está lidiando ante la situación mundialmente adversa. Es el riesgo al que estamos expuestos medios y periodistas, ahora que cualquier mortal y las mismas empresas han tomado las redes sociales como plataformas para hacer lo que antes hacían con la intermediación informativa y publicitaria, es latente.

Alas y buen viento, siempre hay posibilidad de reiventarnos. Y velar por el resguardo de los derechos y los beneficios laborales siempre va a causar nuestra empatía. Y vaya que las condiciones laborales del gremio han desmejorado.

Bien dice el propietario al citar “otras razones” como factores del cierre, aunque, en verdad, son los mismos que afectan a la generalidad de los impresos: consecuencias del COVID-19 (como en ninguna parte del mundo, Jeanine Áñez anuló la circulación de periódicos en 2020), crisis económica, precio internacional del papel o “lentas” suscripciones digitales.

Sin embargo, cita otros factores que, en su criterio, llevaron al diario a esa situación: “bloqueo sistemático de la pauta publicitaria”, “hostigamiento público”, “auditorías y multas recurrentes”, “acoso judicial infundado” que derivó en el bloqueo de cuentas bancarias y el embargo de bienes del propietario. Salvo esto último, un asunto personal usado como argumento, el problema es entendido y posicionado convenientemente como “asfixia”.

Y resulta en una contradicción. ¿Cómo un diario “independiente” pretende ser dependiente de una pauta gubernamental? Cierto, hace falta una política pública en la materia, que permita la distribución de los “recursos de los bolivianos” de manera equilibrada entre los medios de información, de acuerdo a su alcance y el volumen de su público. Ni eso alcanza.

En cuando se supo de la noticia del cierre, el periodista José Pomacusi contó lo que hace tres años le dijo Raúl Garáfulic: “Los medios que no evolucionen, morirán”.

Ésa es la realidad, lo sabía el hombre; los medios están porfiando por evolucionar, en muchos casos sin éxito; no solo el precio del papel es caro, los lectores también están dejando de comprarlos. “Es el modelo de negocios, estúpido”, evolucionaría James Carville.

Ni medios “independientes” ni medios tratados con “guante blanco” están a salvo.

Hasta el mote de “independiente” —que no implica neutralidad, ni mucho menos ética ni responsabilidad— ha dejado de ser buen negocio. Bajo ese título, muchos intentan diferenciarse de otros, al punto de convertirse en censores de quienes no comulgan con su forma de hacer periodismo.

Aún así, son la “independencia” necesaria, para la pluralidad informativa. “Las hemerotecas no mienten”, diría Fernando Molina.
(*) Rubén Atahuichi es periodista

APLP